lunes, 11 de abril de 2011

Holocausto nazi, el testimonio.

"Los pueblos tienen un alma pero los judíos no tienen ninguna: son simples calculadores. Eso explica por qué de todos los pueblos el judío ha sido el único capaz de crear algo como el marxismo, que es la negación y la destrucción del fundamento de toda cultura. Con su marxismo, los judíos esperaban crear una gran masa de gente estúpida y sin inteligencia, un instrumento fácil de manipular." Adolf Hitler.

“Arbeit macht frei” (Auschwitz)


Asesinatos, torturas y violaciones, exterminio y muerte en masa, genocidio y guerra para atentar contra la seguridad interior de un Estado soberano. Estos son los principales acusados:

Adolf Hitler. Canciller.
Karl Dönitz, gran almirante de la Flota Alemana y sucesor de Adolf Hitler tras su suicidio.
Rudolf Hess, Capitán General y jefe del partido.
Hermann Goering, Comandante de la Luftwaffe y presidente del Reichstag.
Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht.
Wilhelm Keitel, jefe del Alto Mando de Wehrmach.t
Alfred Rosenberg, ideólogo del Partido Nazi.
Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores.
Albert Speer, arquitecto y ministro de Armamentos.
Franz von Papen, embajador nazi en Austria y Turquía.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda.
Heinrich Himmler, jefe de las SS e ideólogo del exterminio judío.
Adolf Eichmann, alto dirigente del Partido Nazi encargado de la logística del exterminio.
Martin Bormann, secretario personal de Hitler desde 1942.

En total fueron acusados 611 personas, y solo tres líderes nazis expresaron su remordimiento por los crímenes cometidos.

Vestido como un prisionero, con la cabeza afeitada y con un número tatuado en el brazo voy a entrar en Auschwitz. Solo pensarlo me da escalofríos, intentar entrar conmigo.

Con mil quinientas personas viajé en un tren durante varios días, tenía sed y hambre. En cada vagón íbamos 80 personas y nuestro correspondiente equipaje. Gotas de sudor recorrían mi cara, resbalando lentamente hasta caer encima de otro preso. Al igual que mis compañeros pensaba que nuestro destino sería una fábrica de municiones, donde simplemente nos obligarían a trabajos forzados. De repente escuché como un pasajero decía en un grito angustiado ¡¡¡Hay una señal que dice Auschwitz!!! Al oírlo quedé paralizado, horrorizado, me entró un temblor en las manos. Ese nombre me recordaba las mas terribles atrocidades: cámaras de gas, hornos crematorios y el exterminio… Miré a mi alrededor y en las caras de las demás personas notaba el terror, el pánico, el miedo en persona.

Cuando llegamos, la sed y el hambre invadían mi cuerpo, mi alma estaba aturdida, triste, asustada. Pronto nos llevaron a los barracones. Desconcertado, mirando a mi alrededor observaba la mirada perdida de las demás personas. Los barracones estaban abarrotados por 80 personas, que impotencia, dormíamos en literas de tres pisos y en cada uno dormían nueve presos en un espacio adecuado para dos. No tenía sentido, éramos como animales encerrados, y siempre de fondo escuchando gritos en alemán.

En cada litera había dos mantas, estaban ajadas y sucias por los orines y heces de otros presos. Cuando intentaba dormir debajo de ellas me sentía como un despojo, no hablábamos, solo cerrábamos los ojos. Los alemanes por cada barracón tenían un Capo, un preso que obtenía beneficios por maltratarnos, era surrealista, le daban mas comida, cigarrillos y trabajos en el interior de campo.


Todos los días salíamos a trabajar, pero recuerdo uno en especial, cuando a un compañero agotado le dije – ¿Estás bien?, y me contestó – no me encuentro bien, me duele mucho el estómago, no puedo aguantar mas, necesito ir al servicio-. Se dirigió a un vigilante de las SS pidiéndole amablemente permiso para ir al servicio. El vigilante le dio su conformidad, pero cuando se volvió éste le quitó la gorra y se la tiró fuera de los límites permitidos de vigilancia. Le dio la orden de traer el gorro y presentarse ante él. Cuando el preso fue a recoger el gorro, el vigilante de las SS levantó la carabina y disparó sin compasión varios tiros en la cabeza. Me quedé asustado, sin aliento, mirando al vacío. Fui hacia otros presos corriendo y sobrecogido, me parecía increíble, pero solo era el principio de un horror. Los otros presos me dijeron que a los miembros de las SS les daban dos días de permiso por matar a un prisionero en fuga, y yo me preguntaba ¿Qué valor tenía la vida de un preso?, para las SS ninguno.

Pasaban los días y seguía desconcertado, sentía mucha añoranza por mi familia y por mi hogar, pero todo eran sueños, mi cuerpo se iba encogiendo, y la piel empezaba a dar forma a mis huesos…
Perdí el sentido de la piedad y de la consternación, éramos castigados y torturados a diario, mis sentimientos empezaban a desaparecer, no tenía emociones. Siempre deseaba con toda mi alma que el sol se escondiera, que el día acabara, ya que por la noche venían los sueños, que por muy malos que fueran, siempre serían mejores que la realidad que teníamos que sufrir en el campo que nos rodeaba.

Al despertar a la mañana siguiente mi única ración era una sopa aguada con un pedazo de pan. Eran muy pocas calorías para el trabajo que desempeñábamos…, miraba a mis compañeros con pena, algunos estaban ya enfermos, parecían esqueletos disfrazados con pellejos. Nuestros cuerpos se devoraban a sí mismos, ¿éramos cadáveres?, todavía no, el momento mas duro de las 24 horas en el campo de concentración era el despertar, tres agudos pitidos nos arrancaban de nuestros sueños.

Los temas de conversación entre nosotros trataban de política y creencias religiosas. En el campo de concentración todos los prisioneros nos conformábamos con muy poco, el hecho de estar vivos era una satisfacción. No existía la intimidad, ni la soledad, siempre estábamos vigilados por los guardias. La influencia mas deprimente era el tiempo que iba a durar el encarcelamiento. Si perdías la fe, estabas condenado. El sentido de la vida era luchar contra la muerte o del sentimiento de querer que llegue.
A veces necesitaba estar solo, hablar conmigo mismo, pensar en mis seres queridos, mirar al cielo y gritar en silencio pidiendo ayuda y compasión. No me asustaban los cadáveres que había a mi alrededor abarrotados de piojos, ni el olor de los cuerpos quemados en los crematorios; solo las pisadas de los guardias al pasar, despertaban mi pensamiento, me hacían temblar.

La apatía inundaba mi alma, no tenía sentimientos. Muchas mañanas veía como compañeros transportados en camiones pensaban viajar a la libertad, pero eran encerrados y quemados, sus cuerpos parcialmente carbonizados eran reconocibles... me sentía inferior a todo lo que me rodeaba.

Una noche, el estruendo de rifles y cañones nos despertó. Los fogonazos de las bengalas y los disparos de fusil iluminaban el barracón. Un prisionero saltó sobre mi estómago, entonces nos dimos cuenta de lo que sucedía, ¡la línea de fuego había llegado hasta nosotros!, El tiroteo cesó y empezó a amanecer. Fuera, en el mástil, junto a la verja del campo ondeaba una bandera blanca. A mi ansiedad interior le siguió una relajación total ¿Qué pasaba? Con torpes pasos, los prisioneros nos arrastrábamos hasta las puertas del campo, y tímidamente nos mirábamos unos a otros. Dimos nuestros primeros pasos fuera del campo y nadie nos gritaba ni nos pegaba. Esta vez los guardias nos ofrecían cigarrillos. Al principio no podíamos reconocerlos, eran civiles ¡¡¡somos libres!!! decíamos una y otra vez. Creíamos que la libertad no nos pertenecía. Yo no estaba contento, no me alegré, había perdido la capacidad de ser feliz.


El complejo de campos de concentración de Auschwitz fue el más grande que creó el régimen nazi. Incluía tres campos principales y eran utilizados para realizar trabajos forzados, uno de ellos también funcionó como campo de exterminio. Estaban ubicados a 59 kilómetros al oeste de Cracovia, en la Alta Silesia, un área anexada por la Alemania nazi en 1939 después de invadir y conquistar Polonia.

Las cuatro grandes “fabricas de la muerte” se empezaron a construir en 1942 y fueron puestas en funcionamiento entre mayo y junio de 1943. Los propios presos fueron obligados a construir estos lugares de exterminio.
En aquella época era posible asesinar y quemar a 24.000 personas a diario. Las cenizas de los muertos servían de abono para los campos, para el drenaje de pantanos, o simplemente eran vertidas en los ríos o estanques de las cercanías.

Murieron seis millones de judíos. Después del Holocausto muchos de los sobrevivientes encontraron refugio en Israel y Estados Unidos.

Lo que he escrito hoy lo sintió un judío hace 68 años.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder, me has dejado sin palabras, que bueno, esto supera Chernobil, que bueno la primera persona, realmente excepcional.
De la historia que narras...puff, poco se puede comentar, es así de triste, de todas formas, aún hay más de un Hitler suelto por el mundo, a veces creo que estamos condenados a auto destruirnos, que triste.
Un abrazo Poe.
^Pier^

Anónimo dijo...

NUNCA JAMÁS EXISTIERON LOS CAMPOS DE EXTERMINIOS NAZIS, ES UN INVENTO DE LOS JUDÍOS PARA CHANTAJEAR Y MANIPULAR A LA HUMANIDAD, JAMÁS EXISTIERON LAS CÁMARAS DE GAS PARA MATAR JUDÍOS, ES UNA GRAN FARSA... JAMÁS MURIERON 6 MILLONES DE JUDÍOS, YA NO DIFUNDAN MENTIRAS.

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