jueves, 14 de marzo de 2013

LA BATALLA DE CANNAS.




 Hace unos días empecé a leerme “Africanus, el hijo del cónsul”, se trata de una novela histórica que inicia una trilogía dedicada al estadista y militar romano Publico Cornelio Escipión. Estamos en la época de la antigua Roma, en plena batalla entre cartaginenses y romanos y este libro me ha ofrecido la oportunidad de poder conocer una de las batallas más importantes entre Cartago y Roma.

 La batalla de Cannas enfrentó a los dictadores Quinto Fabio Máximo y Marco Minucio Rufo, los cónsules Publio Cornelio Escipión, Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón frente a Aníbal y sus hermanos Asdrúbal y Magón.

 Aníbal estableció su campamento en el suroeste de Italia, en las cercanías del río Aufidus (hoy llamado Ofanto) al final de Julio del año 216 a. de C. Allí en el centro de la región de Apulia, concentró todos sus efectivos: cuarenta mil infantes y unos diez mil jinetes. Ocupó la fortificación de Cannas, a orillas el río (importante punto estratégico y gran almacén de avituallamiento, cuya posesión posibilitó el control de una región neurálgica para los intereses romanos en el sur de Italia). El terreno, extenso y llano, era perfecto para desplegar la principal arma táctica del ejército púnico: su caballería.

 Después de varias escaramuzas y forcejeos preliminares, los dos nuevos cónsules, con la esperanza de acabar con la presencia cartaginesa en el suelo itálico, aceptaron el reto. El encuentro entre ambas formaciones tuvo lugar en el amanecer del día 2 de agosto. Sinceramente esta batalla fue impresionante, ocho legiones,  reforzadas por los aliados itálicos, con unos ochenta mil infantes y más de seis mil jinetes, se aproximaron al campamento púnico.  Y es que jamás hasta la fecha, Roma había llegado a movilizar tan impresionante y cuantiosa masa de hombres en armas. A mi parece y según me he documentado sobre la batalla, existía una superioridad numérica romana frente al ejército de Aníbal, que a su favor tenía el terreno, favorable a la acción de su caballería.

 Varrón, a quien correspondía el mando el día de la batalla de Cannas, es presentado por las fuentes antiguas como un hombre de naturaleza descuidada y que estaba determinado a vencer a Aníbal, realmente Varrón era despiadado, vehemente y arrogante. La cuestión era que ese día estaba al mando de ejército romano. Optó por un despliegue táctico tradicional: estableció su ejército con la infantería en el centro, flanqueada a ambos lados por la caballería.


 La línea romana, según la habitual formación de tablero de ajedrez de las legiones, alcanzaba 3,2 kilómetros de largo. Imaginaros la magnitud de la batalla, pensar que desplegado de esta manera era casi imposible controlar el ejército y transmitir las órdenes del comandante. Para acortar las filas, Varrón ordenó a las unidades inferiores, manípulos y cohortes, que cerraran sus filas, con lo que el frente quedó reducido a poco más de 1,6 kilómetros de longitud, colocadas de forma lineal frente a las tropas púnicas. Delante de ese largo y ancho rectángulo de combatientes, se instaló una fila de tropas ligeras encargadas de iniciar la batalla.

 Los dos cónsules, Varrón, que tenía el supremo mando, y Lucio Emilio Paulo, se pusieron al frente de las dos alas. La izquierda, con la caballería ligera aliada, a las órdenes de Varrón; la derecha, con la caballería pesada, a las de Emilio; el centro, con la infantería, estaba bajo el mando de los anteriores cónsules Marco Atilio y Cneo Servilio Gémino.

 Aníbal dio muestras de su visión estratégica, era un gran guerrero y sobre todo muy inteligente: se había situado con el viento a favor y el sol de espaldas; de ese modo, el sol de la mañana daría de frente a los romanos y, con el viento en contra, las ráfagas de polvo de la batalla les daría en a cara.
 En su flanco izquierdo, entre la infantería y el río Anfidus, Aníbal colocó la caballería pesada integrada por hispanos y galos, al mando de Asdrúbal (estos guerreros pensaban que estaban situados tras el río para que no pudieran retroceder y así de esta forma nunca huir de la batalla). En el flanco derecho, puso un contingente ligero de jinetes númidas, capitaneados por su sobrino Hannón y por Maharbal. En el bloque central, situó la infantería pesada libia, provista de armaduras romanas capturadas en las batallas anteriores. Seguidas, dos alas de infanterías ibérica y celta compuestas sobre todo por galos, que llevaban dos años de campaña junto a Aníbal y se habían convertido en soldados disciplinados; ya no eran los bárbaros que las legiones roanas habían aplastado en campañas anteriores. En el punto central, el neurálgico, la infantería estaba dispuesta en forma de media luna, con la parte convexa orientada hacia el enemigo, bajo el mando de Aníbal y de su hermano Magón.
 El verdadero éxito del plan de Aníbal dependía de la coordinación entre las diferentes armas, caballería, infantería, tropas ligeras, de su heterogéneo ejército y que, con el transcurso de los años, habían conseguido alcanzar un alto grado de profesionalización.

 Enfrente al gran ejército de Aníbal, los cónsules romanos pensaban atacar frontalmente a la infantería púnica, defendiendo al mismo tiempo los flancos de los ataques de la caballería enemiga y proporcionar el golpe mortal en el centro de la formación cartaginesa. Para conseguirlo contaban con la movilidad y una gran masa de legionarios, aunque eran novatos en su gran mayoría y capitaneados por oficiales con poca experiencia.


 Y es que esta fue una de las batallas más sangrientas de la historia. Ante la presión de la infantería romana los cartaginenses formaron en media luna, mientras la caballería pesada púnica con sus jabalinas fulminaba a la romana, que trataba de mantenerse sobre sus cabalgaduras y que apenas pudo coordinar un ataque certero con sus lanzas. El grado de desorganización era tal que en determinado momento los jinetes romanos desmontaron y decidieron luchar como soldados de infantería. La caballería celta también desmontó y se lanzó a la lucha con espada, una especialidad que dominaba. Como resultado, la caballería pesada romana fue aniquilada.

 El ala izquierda, al mando de Varrón, no resistió mucho más; luchaba con jabalinas, pero los númidas africanos los hostigaban desde todas las direcciones y no pudieron concentrar su ataque. La caballería pesada cartaginesa, que acababa de vencer a sus adversarios en el flanco derecho, rodeó completamente a las legiones y atacó a las tropas de Varrón desde atrás. Presa del pánico, los jinetes romanos huyeron hacia la retaguardia llevándose consigo a Varrón.

 En el centro del campo de batalla, la infantería pesada romana, con sus lanzas y escudos, comenzó a avanzar, la línea cartaginesa parecía ceder y los romanos se entusiasmaron: por fin derrotarían al cartaginés. Pero, como estaba previsto, los infantes íberos y celtas retrocedían sin que sus filas se rompieran. Al retirarse las tropas cartaginesas del centro de la formación y avanzar los romanos, éstos se encontraron sin darse cuenta dentro de un largo arco de enemigos que les rodeaban. Era una trampa. Los contingentes de infantería pesada libia, apostados en reserva en los bordes, habían girado hacia los flancos envolviendo a los legionarios.
 Las alas cartaginesas se mantuvieron firmes sin ceder un palmo, por lo que la legión debió deformarse también al punto de perder la línea de batalla habitual. De esta forma, a pesar de la diferencia numérica, la legión dejó de avanzar y perdió efectividad. Al no poder avanzar y taponados los laterales por la tenaza que se cerraba poco a poco, los romanos quedaron inmovilizados. Una especie de bolsa hecha por soldados íberos, celtas y libios, no sólo se dedicaron a contener el ataque de los legionarios, sino que comenzaron a producirles enormes bajas. Al atacar la caballería ibérica, celta y númida en los flancos y la retaguardia, se produjo una matanza. Entre los que murieron estaba el cónsul Lucio Emilio Paulo.

 Por la tarde se había finalizado la batalla con un saldo de bajas romanas cifrado en setenta mil soldados, mientras que los prisioneros serían cinco mil. Según parece solo pudieron escapar catorce mil soldados romanos. Aníbal perdió unos seis mil hombres y alcanzó la gloria.

 El balance de perdidas en Cannas, representa la mayor catástrofe política, militar y demográfica de la historia de Roma. Nunca habían perdido tantas vidas humanas en un solo día, a raíz de una sola batalla. El mito de la invencibilidad de las legiones romanas se desvanece de golpe. De hecho las consecuencias de la derrota parecían fatales para la pervivencia de la federación italo-romana y para el prestigio de Roma en el Mediterráneo occidental.

 Ahora investigar que paso en la batalla de Zama en el 202 a. C, aprovecho para aconsejar la lectura de esta trilogía, escrita por Santiago Postegillo.