Hace unos días empecé
a leerme “Africanus, el hijo del cónsul”, se trata de una novela histórica que
inicia una trilogía dedicada al estadista y militar romano Publico Cornelio
Escipión. Estamos en la época de la antigua Roma, en plena batalla entre
cartaginenses y romanos y este libro me ha ofrecido la oportunidad de poder
conocer una de las batallas más importantes entre Cartago y Roma.
La batalla de Cannas
enfrentó a los dictadores Quinto Fabio Máximo y Marco Minucio Rufo, los
cónsules Publio Cornelio Escipión, Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón
frente a Aníbal y sus hermanos Asdrúbal y Magón.
Aníbal estableció su
campamento en el suroeste de Italia, en las cercanías del río Aufidus (hoy
llamado Ofanto) al final de Julio del año 216 a . de C. Allí en el centro de la región de
Apulia, concentró todos sus efectivos: cuarenta mil infantes y unos diez mil
jinetes. Ocupó la fortificación de Cannas, a orillas el río (importante punto
estratégico y gran almacén de avituallamiento, cuya posesión posibilitó el
control de una región neurálgica para los intereses romanos en el sur de
Italia). El terreno, extenso y llano, era perfecto para desplegar la principal
arma táctica del ejército púnico: su caballería.
Después de varias escaramuzas
y forcejeos preliminares, los dos nuevos cónsules, con la esperanza de acabar
con la presencia cartaginesa en el suelo itálico, aceptaron el reto. El
encuentro entre ambas formaciones tuvo lugar en el amanecer del día 2 de
agosto. Sinceramente esta batalla fue impresionante, ocho legiones, reforzadas por los aliados itálicos, con unos
ochenta mil infantes y más de seis mil jinetes, se aproximaron al campamento
púnico. Y es que jamás hasta la fecha,
Roma había llegado a movilizar tan impresionante y cuantiosa masa de hombres en
armas. A mi parece y según me he documentado sobre la batalla, existía una
superioridad numérica romana frente al ejército de Aníbal, que a su favor tenía
el terreno, favorable a la acción de su caballería.
Varrón, a quien correspondía
el mando el día de la batalla de Cannas, es presentado por las fuentes antiguas
como un hombre de naturaleza descuidada y que estaba determinado a vencer a
Aníbal, realmente Varrón era despiadado, vehemente y arrogante. La cuestión era
que ese día estaba al mando de ejército romano. Optó por un despliegue táctico
tradicional: estableció su ejército con la infantería en el centro, flanqueada
a ambos lados por la caballería.
La línea romana,
según la habitual formación de tablero de ajedrez de las legiones, alcanzaba 3,2 kilómetros de
largo. Imaginaros la magnitud de la batalla, pensar que desplegado de esta
manera era casi imposible controlar el ejército y transmitir las órdenes del
comandante. Para acortar las filas, Varrón ordenó a las unidades inferiores,
manípulos y cohortes, que cerraran sus filas, con lo que el frente quedó
reducido a poco más de 1,6
kilómetros de longitud, colocadas de forma lineal frente
a las tropas púnicas. Delante de ese largo y ancho rectángulo de combatientes,
se instaló una fila de tropas ligeras encargadas de iniciar la batalla.
Los dos cónsules,
Varrón, que tenía el supremo mando, y Lucio Emilio Paulo, se pusieron al frente
de las dos alas. La izquierda, con la caballería ligera aliada, a las órdenes
de Varrón; la derecha, con la caballería pesada, a las de Emilio; el centro,
con la infantería, estaba bajo el mando de los anteriores cónsules Marco Atilio
y Cneo Servilio Gémino.
Aníbal dio muestras
de su visión estratégica, era un gran guerrero y sobre todo muy inteligente: se
había situado con el viento a favor y el sol de espaldas; de ese modo, el sol
de la mañana daría de frente a los romanos y, con el viento en contra, las
ráfagas de polvo de la batalla les daría en a cara.
En su flanco
izquierdo, entre la infantería y el río Anfidus, Aníbal colocó la caballería
pesada integrada por hispanos y galos, al mando de Asdrúbal (estos guerreros
pensaban que estaban situados tras el río para que no pudieran retroceder y así
de esta forma nunca huir de la batalla). En el flanco derecho, puso un
contingente ligero de jinetes númidas, capitaneados por su sobrino Hannón y por
Maharbal. En el bloque central, situó la infantería pesada libia, provista de
armaduras romanas capturadas en las batallas anteriores. Seguidas, dos alas de
infanterías ibérica y celta compuestas sobre todo por galos, que llevaban dos
años de campaña junto a Aníbal y se habían convertido en soldados
disciplinados; ya no eran los bárbaros que las legiones roanas habían aplastado
en campañas anteriores. En el punto central, el neurálgico, la infantería
estaba dispuesta en forma de media luna, con la parte convexa orientada hacia
el enemigo, bajo el mando de Aníbal y de su hermano Magón.
El verdadero éxito
del plan de Aníbal dependía de la coordinación entre las diferentes armas,
caballería, infantería, tropas ligeras, de su heterogéneo ejército y que, con
el transcurso de los años, habían conseguido alcanzar un alto grado de
profesionalización.
Enfrente al gran
ejército de Aníbal, los cónsules romanos pensaban atacar frontalmente a la
infantería púnica, defendiendo al mismo tiempo los flancos de los ataques de la
caballería enemiga y proporcionar el golpe mortal en el centro de la formación
cartaginesa. Para conseguirlo contaban con la movilidad y una gran masa de
legionarios, aunque eran novatos en su gran mayoría y capitaneados por
oficiales con poca experiencia.
Y es que esta fue una
de las batallas más sangrientas de la historia. Ante la presión de la
infantería romana los cartaginenses formaron en media luna, mientras la
caballería pesada púnica con sus jabalinas fulminaba a la romana, que trataba
de mantenerse sobre sus cabalgaduras y que apenas pudo coordinar un ataque
certero con sus lanzas. El grado de desorganización era tal que en determinado
momento los jinetes romanos desmontaron y decidieron luchar como soldados de
infantería. La caballería celta también desmontó y se lanzó a la lucha con
espada, una especialidad que dominaba. Como resultado, la caballería pesada
romana fue aniquilada.
El ala izquierda, al
mando de Varrón, no resistió mucho más; luchaba con jabalinas, pero los númidas
africanos los hostigaban desde todas las direcciones y no pudieron concentrar
su ataque. La caballería pesada cartaginesa, que acababa de vencer a sus adversarios
en el flanco derecho, rodeó completamente a las legiones y atacó a las tropas
de Varrón desde atrás. Presa del pánico, los jinetes romanos huyeron hacia la
retaguardia llevándose consigo a Varrón.
En el centro del
campo de batalla, la infantería pesada romana, con sus lanzas y escudos,
comenzó a avanzar, la línea cartaginesa parecía ceder y los romanos se
entusiasmaron: por fin derrotarían al cartaginés. Pero, como estaba previsto,
los infantes íberos y celtas retrocedían sin que sus filas se rompieran. Al
retirarse las tropas cartaginesas del centro de la formación y avanzar los
romanos, éstos se encontraron sin darse cuenta dentro de un largo arco de
enemigos que les rodeaban. Era una trampa. Los contingentes de infantería
pesada libia, apostados en reserva en los bordes, habían girado hacia los
flancos envolviendo a los legionarios.
Las alas cartaginesas
se mantuvieron firmes sin ceder un palmo, por lo que la legión debió deformarse
también al punto de perder la línea de batalla habitual. De esta forma, a pesar
de la diferencia numérica, la legión dejó de avanzar y perdió efectividad. Al
no poder avanzar y taponados los laterales por la tenaza que se cerraba poco a
poco, los romanos quedaron inmovilizados. Una especie de bolsa hecha por
soldados íberos, celtas y libios, no sólo se dedicaron a contener el ataque de
los legionarios, sino que comenzaron a producirles enormes bajas. Al atacar la
caballería ibérica, celta y númida en los flancos y la retaguardia, se produjo
una matanza. Entre los que murieron estaba el cónsul Lucio Emilio Paulo.
Por la tarde se había
finalizado la batalla con un saldo de bajas romanas cifrado en setenta mil
soldados, mientras que los prisioneros serían cinco mil. Según parece solo
pudieron escapar catorce mil soldados romanos. Aníbal perdió unos seis mil
hombres y alcanzó la gloria.
El balance de
perdidas en Cannas, representa la mayor catástrofe política, militar y
demográfica de la historia de Roma. Nunca habían perdido tantas vidas humanas
en un solo día, a raíz de una sola batalla. El mito de la invencibilidad de las
legiones romanas se desvanece de golpe. De hecho las consecuencias de la
derrota parecían fatales para la pervivencia de la federación italo-romana y
para el prestigio de Roma en el Mediterráneo occidental.
Ahora investigar que
paso en la batalla de Zama en el 202
a . C, aprovecho para aconsejar la lectura de esta
trilogía, escrita por Santiago Postegillo.
1 comentarios:
Buen tema, de echo me voy a leer los libros, y por cierto, ya era hora, que no cuidas a tus fans, jejeje, 1 abrazo.
^Pier^
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