martes, 19 de abril de 2011

El barco de los sueños.

Que calor hacía aquella tarde del 10 de abril. Miré hacia arriba y vi cuatro enormes chimeneas amarillas con sus cabezas negras. Rodeado de cientos de personas, mi mente pensaba en los futuros negocios en Nueva York, y deseaba disfrutar de los lujos del palacio flotante.


Mi nombre es John Benjamin Wolff, tengo 47 años, y soy un aristócrata propietario de varios hoteles en Nueva York. Mi pasaje ha costado 826.500 pesetas y viajo en primera clase, por supuesto. No me considero clasista, pero mi educación, origen y riqueza superan al 95% de los pasajeros del trasatlántico.

Si todavía no os habéis dado cuenta, viajo en el Titanic. Lujo, excelencia y majestuosidad reflejadas en primera clase, que se consideraba superior a la que existe en tierra. Mirando a mi izquierda vi como cientos de personas se agolpaban para soñar despiertos y poder disfrutar de la tercera clase, gentes de muchas nacionalidades que viajaban con la esperanza de una nueva vida en Nueva York. También había profesores, mercaderes y profesionales de recursos económicos moderados, que pertenecían a la segunda clase.

Yo personalmente no esperé filas, me trataron como me merecía, y me acompañaron al interior del Titanic. Me sentía muy bien, muy orgulloso, y muy importante.

Lo primero que hice al entrar fue preguntar por Edward J. Smith, un hombre vanidoso de barba blanca, un líder natural y muy estimado por los miembros de la tripulación y pasajeros, con una hoja de servicios excelente. Un gran amigo mío me contó que, después de este ultimo viaje, Edward iba a jubilarse tras 38 años de servicio, tenía 59 años y sería un homenaje perfecto para finalizar su carrera.
Me estuvo contando durante bastante tiempo las numerosas características del barco, me dejó impresionado. Medía 268 metros de largo, 28 metros de ancho y 30 metros de alto. Se desplazaba a una velocidad de 21 nudos (40 kilómetros/hora) por medio de 3 hélices accionadas a vapor por 28 calderas, que consumían aproximadamente 728 toneladas de carbón cada 24 horas. Se encontraban en el piso mas bajo de transatlántico y eran destinadas a los trabajadores.

El coste del Titanic era de 1.425.000.000 de pesetas y viajaban entre tripulación y pasajeros 2.224 personas. Me dijo, cosa que me sorprendió, que había 18 botes salvavidas y tenían capacidad para 1.178 personas. La razón de no tener más era para que la cubierta no estuviera demasiado sobrecargada. Edward estaba completamente seguro que “ni siquiera Dios puede hundirlo”. Me despedí de él, dejando abierta la conversación para futuros encuentros.

Después de un pequeño retraso partimos de Southampton. Estaba ilusionado, viajaba en el Titanic con los máximos privilegios, era afortunado.

Lo primero que hice fue visitar mi camarote. Andando por el pasillo de primera clase ya vi el lujo que siempre había soñado. Bajo una alfombra mis pisadas resonaban rítmicas, todo detalle estaba bien cuidado. Llegó el momento de abrir la puerta y pude comprobar lo espaciosa que era la habitación. Tenía todo lo que necesitaba, una moqueta preciosa, lambriz de roble, paredes de caoba con incrustaciones de nácar, mi despacho, cuarto de baño…, no me esperaba menos. Ordené al servicio que planificaran mi estancia mientras yo iba a visitar el trasatlántico. Me apetecía algo de intimidad y de reflexión rodeado de todos tipo de lujos, realmente no me preocupaba el dinero.

Cuando entré en el salón principal, quedé sobrecogido. Estaba decorado al estilo francés del siglo XV con una gran escalinata de roble pulido, adornada con una baranda también de roble, que en su extremo inferior terminaba con una estatua de un ángel que portaba una lámpara. En el centro de la escalera destacaba un panel tallado en madera que encarnaba el Honor y la Gloria, y enmarcaba un lujoso reloj. Parado en la escalera mire hacia arriba y ví una gran cúpula que de su centro nacía una lámpara que deslumbraba mi mirada, no existen palabras para describir lo que estaba viendo.


Nos dirigíamos a Francia, concretamente a Cherburgo, y me disponía a visitar el comedor para calmar mi hambre. El salón comedor, de primera clase, tenía lugar para 500 comensales, y estaba decorado al estilo jacobino con columnas doradas y cubiertos de plata finamente elaborados.

De repente escuché como alguien me aclamaba desde una mesa, me giré y vi a Benjamin Guggenheim, un viejo amigo, “el rey del cobre” le llamaba yo. Empecé a reír ilusionado y rápido me dispuse a saludarle. Hablamos durante un rato, y me invitó a ocupar un lugar en la mesa. Mientras charlábamos de negocios, apareció Thomas Andrews, constructor del Titanic, que altivo y prepotente, evidenciaba su creación. Mas tarde se unió a la mesa el matrimonio Isidor e Ida Strauss, él propietario de Macy`s, los almacenes mas grandes del mundo. Realizadas las presentaciones nos dispusimos a disfrutar de las delicias del Titanic. La verdad que la cena fue muy interesante y fructífera para mí, me sentía bien, era la mesa perfecta para mi clase. Hablamos de muchos temas mientras comíamos y bebíamos, anécdotas, negocios, dinero, poder, etc.... Debo destacar que en la mesa cenaban 5 personas más, pero he nombrado a los más importantes, entre ellos me incluyo yo.

Terminada la cena, los hombres nos dirigimos hacia la zona de fumadores para seguir discutiendo de diversos temas. Elegí un whisky de malta, y un puro cubano. Entre calada y calada miraba a mi alrededor y me consideraba superior, por encima de todo, ¡qué felicidad y qué bien me siento! Pasaron algunas horas y comenzaba a sentir cansancio. Pedí permiso a mis acompañantes y me retiré a mis aposentos.

Esa noche tuve sueños de todo tipo, emociones, sensaciones, bienestar… no me preocupaba nada, solo esperaba el amanecer para disfrutar de un delicioso café con vistas al Atlántico,…. Me desperté sobresaltado y me dirigí a desayunar. Estábamos en QueenStown, Irlanda, navegando por el sur de Inglaterra. A la 1:30 el ancla del Titanic se elevaba por última vez… si, eso fue lo que realmente pensé, porque el próximo destino era Nueva York. Era 11 de Abril, y durante el día estuve visitando los baños turcos, el gimnasio, y la cancha de squash.

Conocí a un matrimonio español, los Peñasco, eran aristócratas, muy ricos y, según me contaron, se embarcaron en el último momento en el Titanic como colofón a un viaje de luna de miel que duraba ya 17 meses y siempre acompañados de su sirvienta. Él se llamaba Víctor, de profesión “gentleman”, era un rico heredero de una de las grandes fortunas españolas. Nieto de José Canalejas, primer ministro de Alfonso XIII, me dijo que se había casado con Josefa, otra rica heredera. Fue un placer disfrutar de su presencia, me despedí para retirarme a mi camarote y poder descansar y reflexionar de mi lujoso viaje.

Y llegó el fatídico 14 de Abril de 1912, fecha que siempre guardaré en mi alma, fecha que quedó grabada a fuego en mi mente. El mejor y más seguro barco de la historia, orgullo de Inglaterra, debía romper el record de travesía del Atlántico para obtener la ansiada ‘blue Gibbon’ (cinta azul), y así de esta manera acreditarse como el barco mas rápido. Normalmente se necesitaban siete días en cruzar el Atlántico, pero el capitán quería hacerlo en cinco. Con las máquinas a toda potencia y con el objetivo de hacer el camino más corto, se fue muy al norte, desoyendo los mensajes de otros barcos que avisaban de la presencia de iceberg en la ruta.

El capitán siempre pensó que era una estratagema de otras compañías para obligarle a ir más despacio. Esa noche el capitán, orgulloso de su futuro record, organizó una excelente cena de gala. Yo me vestí con mi mejor traje, entré al comedor y aquello era una muestra del mayor lujo que podía verse. Los hombres, de rigurosa etiqueta y las mujeres con sus mejores galas y todas las joyas que sus cuerpos fueran capaces de cargar. Una gran cena amenizada con una gran orquesta. Me quedé hasta muy tarde charlando con la pareja española, fuimos los últimos en irnos. A las 11 de la noche me dirigía a mi camarote. Cuando estaba acostado pensando en todo lo que estaba viviendo, escuché un ruido enorme que no me gustó nada. Me volví a vestir y subí a cubierta. Comenzaba la noche mas dura de mi vida. La mar estaba tranquila, como un espejo, pero me di cuenta que las maquinas habían parado. Luego me enteré que a las 11:30 los vigías Fleet y Lee observaron un pequeño objeto enfrente de ellos. Hasta diez minutos mas tarde no se dieron cuenta que esa pequeña cosa era un gran iceberg. El Titanic tenía en frente y a una distancia aproximada de 600 metros una mole de hielo que se alzaba como un gigante hierático.

Fleet notificó el problema que había, y el sexto oficial Moddy avisó al primer oficial Murdoch, quién, sin pensarlo dos veces, ordenó virar a estribor y comenzar la contramarcha. Toda esta operación se realizó en 37 segundos.

Cuando me quise dar cuenta, empecé a ver a gente gritando y corriendo. El ruido que escuché fue el impacto contra el iceberg, que abrió una brecha de casi 90 metros de largo en su flanco derecho, por donde el océano empezó a invadir la nave. Estaba asustado y fui corriendo a ver si Edward J. Smith. Estaba al tanto. Al verle vi realmente que todo se acababa, su expresión era desalentadora. Eran las 23:55 de la noche y me dijo que el Titanic se hundía ofreciéndome su salvavidas. No había tiempo para más palabras, estaba todo dicho, y empecé a correr hacia la cubierta para intentar conseguir un bote y alejarme de esta mole ruinosa. Cuando visualicé la cubierta, aquello era un caos, prisas y peleas, no había botes para todos, empezaba la agonía.

Eran las 00:25 y de lejos escuché la orden de que primero subieran mujeres y niños, y después los de primera, luego segunda y por último los de tercera clase. Con la mirada perdida corrí hacia un bote que estaban preparando. Recuerdo como un oficial sacó su pistola y disparó al aire para intentar poner orden. Fue cuando vi a Josefa como se montaba en el bote número 8, y se despedía de su marido que cedió su sitio a una mujer con un niño. Estaba muy nervioso y necesitaba salir de allí como fuera, pero comprobé que el dinero y poder que tenía no servía para nada, éramos todos iguales ante el horror. De forma egoísta y con ansiedad me monté en un bote entre empujones y gritos. Me senté mirando hacia el suelo, y el tiempo se paralizó. Todos me miraban, era un miserable vestido de gala rodeado de mujeres y niños. Vi girar la cabeza del oficial con la pistola en la mano, mirándome con desprecio…minutos después ordenó bajar el bote.


Recuerdo que éramos 25 personas en el bote numero 7, cuando había espacio para 65. La primera bengala pidiendo ayuda fue lanzada junto a un gran estruendo, momento que alcé la mirada sorprendido. Después me enteré que esta bengala había sido avistada por el Californian, que hizo caso omiso a la petición de auxilio. Posteriormente declararon que pensaban que se trataba de algún festejo de los pasajeros de primera clase.

Deseaba alejarme de allí, solo pensaba en salvar mi vida…., mientras veía a la gente saltar del barco al agua y gritar de dolor. La temperatura del agua era de 4 grados, los mataba en 15 minutos interminables. Mi bote ya estaba en el mar, y poco a poco nos íbamos alejando. Miré de nuevo el reloj y eran la 1:40, casi todos los botes habían bajado, la cubierta delantera ya estaba totalmente invadida por el mar. Veinte minutos mas tarde escuché como la banda de música del Titanic tocaban su pieza final, “Nearer, my God, to thee”. El Titanic comienza a inclinarse. Con todos los botes soltados, una curiosa calma llegó al Titanic, seguida de la excitación y la confusión de los cientos de personas que quedaron en el transatlántico. La popa comenzó a levantarse claramente del agua y los pasajeros continuaban dirigiéndose con dificultad hacia ella; alrededor de las 2:17, la proa se hundía.
Apto seguido escuché un enorme rugido. Todos los objetos del interior del Titanic chocaron contra la parte sumergida de la proa. Las luces parpadearon una vez y después se apagaron, dejando al Titanic como una silueta negra contra un cielo estrellado. A pesar del frío, yo estaba sudando. Debido al sobrepeso de la popa vi como el Titanic se partía en dos entre la tercera y cuarta chimenea. Era horrible escuchar los gritos y llantos de cientos de personas, que angustiadas sabían su final. El barco adoptó una posición totalmente vertical y a las 2:20 los restos comenzaron a deslizarse hacia el fondo del Atlántico, después ya nada rompió el silencio de esa fría noche.

Pasamos la noche en el bote, no se escuchaba nada, hasta que a las 3:30 vimos los cohetes que lanzó el Carphatia, estábamos salvados, solamente éramos 705 sobrevivientes.

Calculo que unas 1.517 personas dejaron su vida en el hundimiento.

Días después aún se pavoneaba por el Atlántico Norte un iceberg más alto que el Titanic y con marcas de pintura. El iceberg más grande, más elegante y más majestuoso de la historia de la navegación. Y sin prisas por llegar a ninguna parte.


A.E.C

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Madre mía, que buena historia, y que drama, en fin, otra de las prepotencias del ser humano, creerás que aprovecho el blog para poner verde al ser humano, pero es que es verdad, somos unos melones, a ver que prisa tenían jeje, un abrazo muy fuerte.
P.D: Fue una putada saberlo antes, pierde el factor sorpresa jeje
^Pier^

Anónimo dijo...

El titanic es el acontecimiento mundial más grande de la historia. Da " temor" verlo en el fondo del mar, tan imponente como siempre.

Anónimo dijo...

Una historia muy bien montada, he visto que todos los personajes son reales, me gusta el tema y me gusta como lo describes.

Anónimo dijo...

Está mu bien Poe, El Domingo 15 Todos a la costa gallega a tirar una corona de flores!!!

Juan D

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